La luz de la luna se derramaba sobre la ondulante superficie del río y la endeble embarcación se deslizaba por ella, provocando que una línea de oscuridad la partiera en dos como si una flecha fuera. El mech descansaba en la proa del bote y, tras él, remaba el hombre. Más allá, un cisne planeaba sobre el lago. El mech se incorporó de repente de cara al ave, se agarró al lateral de la barca con los ojos clavados en el animal y tendió un brazo en dirección a él.
"Te gustan los cisnes, ¿eh?", preguntó Hong-Gi con una risita.
El mech giró la cabeza hacia él, hizo una pausa y asintió con la cabeza. Dejó caer una mano de metal al lago para que la meciera la corriente.
Hong-Gi sonrió con añoranza. "Ae-Ri solía hacer eso. Vinimos aquí cuando éramos jóvenes y yo la cortejaba". Entonces frunció el ceño, intentando recordar cuánto hacía que no remaba en este lago, o en cualquier lago, para el caso; cuántos años habían pasado desde que se permitió un placer tan sencillo y gratificante.
Los movimientos del mech se habían ido haciendo más trabajosos a cada minuto que pasaba. De repente dio la sensación de que podía caerse de la embarcación intentando llegar al cisne, así que Hong-Gi se abalanzó hacia delante para agarrarlo y ayudarlo a sentarse de nuevo en el banco. Cuando se puso a remar otra vez, se fijó en el pequeño y mortecino núcleo de jade que amenazaba con apagarse en el pecho del mech.
"Si se agota, ¿podré hacer que vuelva a funcionar?".
El mech se tocó con la mano ahuecada la rejilla del pecho, y luego sacudió la cabeza mirando a Hong-Gi.
"¿Deberíamos buscar a alguien que pueda? ¿Tu... creador?".
El mech sacudió la cabeza, de forma lenta pero enfática. Con los discos azules de sus ojos centrados en Hong-Gi, hizo un gesto con el brazo que abarcó todo el cielo nocturno. Luego señaló hacia el lago y hacia el cisne a lo lejos. Por último, se puso la mano donde debería hallarse su corazón y profirió un largo suspiro de satisfacción. Colocó su otra mano sobre la del hombre, le dio una palmadita, dos, y luego la dejó ahí apoyada.
Con los ojos llorosos, Hong-Gi se quedó mirando a su extraño amiguito, luego al lago, y pensó de nuevo en cuántos años habían transcurrido.
"Ya veo. Qué tonto he sido".