Capítulo 07
Llegó el maldito día como cualquier otro. Después de tres días en el mar, la tripulación divisó con entusiasmo la silueta de Kuan Jun en el horizonte, casi al ocaso, en el cénit de las festividades que tienen lugar tras la sagrada ceremonia. Aunque yo no era más que una grumetilla, la capitana Aria tuvo a bien dejar que me uniese a la tripulación para la celebración este año. Los otros dos navíos de nuestro convoy estaban igual de entusiasmados, lanzando algún que otro petardo de vez en cuando mientras gritaban una oración blasfema a Dwayna, por si fuera de las que escuchaba.
Recuerdo aquel momento tan claro como los bajíos de Gayla ese día. Nautus nos hizo saber que se divisaba una extraña nube en el horizonte. Se podía respirar una abyecta magia. Acto seguido, las velas cedieron para hincharse justo en dirección contraria. Recuerdo la mirada atormentada de la capitana, el crujir de los mástiles de madera cuando el angustiado quejido del maléfico espíritu de Shiro recorrió el temporal, procedente del resquebrajado templo. Antes de que pudiera ni parpadear, el primer oficial Dolus me tenía amarrada cerca de la popa del barco, maniobra que repitió rápidamente para sí. La voz de Aria rugía por encima del estruendo del viento.
"¡AGARRAOS TODOS!", gritaba, aunque de poco sirvió. Fuimos uno de los navíos más afortunados, pues estábamos solo en parte inmersos en el ojo de la tormenta. El casco del barco crujió y se astilló cuando el agua del mar se quedó totalmente congelada. El mástil se partió y cayó, aplastando al timonel antes de que pudiera moverse, ni mucho menos gritar. Vela unas enormes fisuras recorriendo las aguas cercanas y gotas de niebla transportadas por los vientos verdes que soplaban surgiendo de las sólidas profundidades, mientras placas de lo que hace un instante era el mar se alzaban y hundían, con el mundo a nuestro alrededor desintegrándose.
Uno de los otros barcos del convoy, el Bruma Salada, quedó atrapado en una lengua de hielo justo delante de nosotros, que lo partió por la mitad como una mano partiendo sin esfuerzo un puñado de fideos largos secos. No estaban preparados, pues la mitad de la tripulación ya estaba ebria antes de lo que debía haber sido una rencorosa velada de placeres. El tercer barco sufrió un destino similar en la cresta que se formó tras nosotros.
"Eh, muchacha! ¿Estás bien, te puedes poner de pie?", recuerdo a Dolus decir con urgencia, agarrándome la cabeza con sus manos, ya no sé si enjugándome las lágrimas o lo poco de mar que pudiera quedar. Solo pude asentir en mi estado conmocionado. Se dio la vuelta, tendiendo la mano hacia la capitana, dispuesta a ayudarlo, y se puso lentamente de pie. El único clamor que se oía eran los gritos de los supervivientes entre los restos del naufragio, ya resquebrajados contra la inquietante quietud del silencioso oleaje.