Hace mucho tiempo, un dragón hambriento despertó. El temible Zhaitan emergió de un delatado sueño, resuelto a comerse el mundo entero. Su despertar provocó una ola inmensa que recorrió veliz el océano en dirección a Cantha.
La gente observaba con horror cómo se acercaba a ellos. Nadie sabía qué hacer. Nadie, claro, salvo la dragona de cascada, Kuunavang. esta les dijo al emperador y la emperadora: "Iré a por ayuda. Mantened a la gente a salvo". Y así, la noble Kuunavang se fue volando lo más rápido que pudo hasta el hogar de la gran dragona Soo-Won.
"¡Soo-Won!", gritó. ¡"Te necesitamos! ¡Se acerca una gran ola que arrasará a la gente de Cantha!". Al oír sus palabras, Soo-Won surgió del océano interminable y dijo: "Vendré". Y juntas, las dos dragonas se fueron hasta donde las aguas embravecidas anegaban ya Cantha.
Al llegar, la inundación ya había destruido la ciudad de Kaineng y la gente huía hacia el interior de Cantha con la ola pisándoles los talones. Con un batir de sus grandes alas, Soo-Won se posó colocándose entre la ola y la gente.
Miró fijamente al agua que se aproximaba y ordenó: "Detente". La ola frenó ante Soo-Won, como si un acantilado invisible se alzara ahora ante esta. El agua rugió, arremolinándose, salpicando, intentando pasar, pero entonces la gran dragona dio una segunda orden: "Retírate".
La ola no tuvo más opción que obedecer. Retrocedió y se deslizó hacia atrás, lenta y delicadamente, de forma que no causara más daño en su retirada de regreso al océano. La gente de Cantha aclamó a Soo-Won y aclamó a la noble Kuunavang.
Pero Soo-Won no se quedó a participar de las celebraciones. Se escabulló tras prometer que siempre estaría cerca y que, de producirse otro desastre, regresaría. Hasta entonces, descansaría. Y la noble Kuunavang permaneció entre los humanos para que, llegado el caso, pudiera despertar de nuevo a Soo-Won. Y la gente de Cantha se quedó tranquila al saber que tenían a dos dragonas velando por ellos mientras dormían.