Desde su creación a manos de mi gente. Sidony creía que Legavo y Mulmund serían esenciales en nuestra defensa contra invasores extraplanares. Yo también pensaba lo mismo antes, pero nos equivocamos de medio a medio.
Los mursaat acabaron protegiendo sus armadura contra la magia única de los báculos mucho antes de que estos se dieran a conocer como el cetro de Orr y el báculo de la niebla. Los dioses y sus siervos llegaron finalmente, sin trabas ni cortapisas. Quedó claro que los báculos no eran tan milagrosos como se pensaba.
Les perdí la pista cuando partí para fundar el Tribunal de los Brujos, y me enteré más adelante de que alguien de los nuestros se los había entregado a los dioses en Arah para no verlos caer en manos de los mursaat. Ni que decir tiene que eso levantó suspicacias entre Los Seis, que decidieron entregar esos báculos a un par de gobernantes mortales de naciones distantes, como si de una especie de prueba se tratase. El resultado fue desastroso. Pensé en intervenir, pero el Tribunal de los Brujos apenas había echado a andar; no quería despertar la ira de los dioses desde tan pronto.
Estos gobernantes fueron severamente castigados y los báculos quedaron sellados con ellos en sus correspondientes tumbas. Tras el Éxodo, quise buscarlos, pero solo me topé con sendas tumbas vacías, saqueadas. ¿Sorprendente? No. ¿Preocupante? Sí.
Pasaron siglos antes de que Legavo volviera a resurgir de la mano de un liche, el responsable de ahogar a Orr. Khilbron abrió de par en par la Puerta de Komalie. Los otros brujos me imploraron que actuase, pero antes de que pudiera hacerlo, el visir ya había sido aniquilado. Buscamos por las islas volcánicas, pero el cetro de Orr no apareció, probablemente alejado por el liche con sus últimos susurros.
Unos años después, llegaron a mi entorno nuevas de la destrucción de Mulmund: circulaba e rumor entre la excéntrica red de hipnotizadores de Mabon de que un ejemplar de la Hoja Brillante había aparecido y poseído el cetro durante décadas en persona. Livia no mostró reacción alguna de mi presencia. En perspectiva, tampoco era de sorprender, dado que la Hoja Brillante habían acabado echando el guante a más de uno de nuestros artefactos. A Legavo le ofrecí un título y acceso a la torre y a Amnytas. El papel de hallacaminos le resultaba indiferente, pero ofreció para solucionar "cualquier problema que pueda amenazar el trono kritense". Las condiciones de Livia me parecieron... satisfactorias.
Por fin, podría cerrar bajo llave este penoso capítulo de mi gente.