Cuando amainó la tormenta, quedó claro que los dragones ya no estaban. Habían colisionado en un espectáculo colosal de magia y luz, y habían arrasado todo lo que había a su alcance. Nos pusimos a buscar a Braham y esperábamos hallar su cadáver, pero nos lo encontramos vivito y coleando bajo un montón de escombros. Estaba herido de gravedad, pero seguía respirando. Iba a llevarlo a un lugar seguro, pero entonces Rytlock encontró a Ryland en un rincón alejado del valle. Me aseguré de que Braham estuviese a salvo y luego fui a ver a qué venía tanto alboroto.
Ryland, que estaba furioso por la derrota y por saber que su ascenso a la grandeza había terminado con un batacazo estrepitoso, les dedicó unas palabras muy duras a sus padres. Se negó a aceptarlo y dio rienda suelta a la rabia que tenía acumulada con una furia ponzoñosa. Intentamos hacer que se rindiese y, como no lo conseguimos, intentamos someterlo a golpes. Queríamos salvar lo poco que quedaba de él, pero no tenía salvación. Se lanzó a por Crecia, cuchillo en mano, con intención de matarla; pero Rytlock entró en acción y hendió a Sohotin en el pecho de su cachorro, que murió casi de inmediato.
El padre tendió al hijo en el duro suelo mientras musitaba que todo había terminado. Lo sentí muchísimo por ellos, pero no había otra solución.
Los dejamos llorando su pérdida. Primordus y Jormag ya no estaban y, al menos por el momento el desequilibrio mágico se estabilizaba. Supusimos que Aurene había absorbido sus magias, pero nos equivocábamos. La onda expansiva se abrió paso, surcó las líneas ley e impregnó el aire, pero no alcanzó el Ojo ni a la dragona prismática. Fue a otra parte, pero ¿adónde?