Me reuní con Ramses a las afueras de Nyedra. Avanzamos dejando atrás moradas y templos kryptis y nos enfrentamos a guardias leales en las calles. Finalmente, acabamos llegando donde estaba Peitha y la seguimos rumbo al último enclave conocido del general, siempre dejando a nuestro paso una estela de murmullos de la gente de Nyedra.
Según nos adentrábamos más y más en la ciudad, salían más guardias a plantarnos cara, pero estos soldados eran leales a Nephus. Justo cuando parecía que iba a originarse una batalla, nuestro elusivo objetivo emergió de entre las sombras.
Aunque los guardias de Nephus se preocupaban por su seguridad, el propio general irradiaba una calmada autoridad. Planteó que quien estaba en peligro era Peitha, no él. Pero Peitha se negaba a marcharse sin que el general escuchara su propuesta. En vez de buscar un lugar tranquilo y seguro para hablar, el general Nephus ordenó a Peitha hablar allí mismo, en las calles de Nyedra, delante de todos los kryptis a modo de público.
Peitha aprovechó la presencia de espectadores en su favor. Su discurso ganaba fuerza cuando se dirigía a las propias masas. Bien podría haber convencido a la gente de Nyedra de que se uniera a ella en ese mismo momento, pero uno de los guardias de Nephus dio la voz de alarma: la reina Labris y su guardia real habían llegado. Se mascaba la tensión. Peitha urgió a los testigos a unirse a ella y luchar, pero el general Nephus, en un intento por permanecer neutral y evitar una matanza de los suyos, les ordenó no levantar armas contra las fuerzas de la reina.
Sin otra opción que defendernos, Peitha, Ramses y yo resistimos el ataque inicial de la reina Labris, combatiendo a la guardia real hasta llegar a un punto muerto. Labris ordenó un alto a sus fuerzas y propuso negociar con el general Nephus, que aceptó.
La reina kryptis, tan majestuosa como amenazante, planteó su propuesta: a cambio de que Peitha, Ramses y yo quedáramos bajo su custodia, se mostraría más clemente con Nephus y su gente, amén de dejar tranquila Nyedra con su bendición y la del rey Eparch.
Al principio, Nephus parecía receptivo a la propuesta. Pero, poco a poco, fuimos testigos de cómo iba acumulándose su ira contra la reina. Acabó jurando lealtad a Peitha y renunciando a Labris y Eparch. Esta súbita decisión fue toda una declaración de guerra y Nayos se sumió en el caos.
La reina Labris ordenó avanzar al frente a su guardia real, prendiendo la chispa de un enfrentamiento sin cuartel de kryptis contra kryptis. La gente de Nyedra se unió al general Nephus y, con nuestros efectivos combinados, batimos a las fuerzas adversarias y, finalmente, destruimos a la guardia real que hacía las veces de séquito de Labris. Llegado ese punto, la reina se retiró bajo la protección de su círculo de élite.
Peitha le dio las gracias al general Nephus. Este contestó, controlando firmemente su ira, que habían forzado su mano. Instó a Peitha a compensar la violencia y la miseria que su hermano y su tío habían infligido a los kryptis. "Estás en deuda con nuestra gente. Tu familia está en deuda con nosotros", afirmó mientras se alejaba. "Tráenos algo que no sea muerte".
Por desgracia, esa petición tendría que esperar; tanto Peitha como él eran conscientes de que habría que lidiar con Labris. Más derramamiento de sangre aguardaba en el horizonte. Pero me siento preparado para la próxima batalla contra la reina.