Quedé en verme con el general Nephus a las afueras de Marcha de Marearrasa, un enclave sagrado que la reina Labris y su menguante ejército usaban como base de operaciones. El general había intentado permanecer neutral a toda costa y sentía que Peitha lo había metido en un conflicto que ponía en peligro la vida de montones de kryptis inocentes. Pese a todo, era consciente de que se trataba de una oportunidad sin precedentes para borrar a Labris y su ejército del terreno de juego. Peitha lo había puesto en disposición de aprovechar la ocasión.
Nephus dividió nuestras fuerzas y mandó a Peitha, Arina y Ramses a atacar la posición de la reina desde los flancos mientras él y yo liderábamos un ataque frontal directo. Insinuó que ya se había batido en Marcha de Marearrasa en el pasado y fuimos testigos de cómo desplegaba con destreza diversas tácticas para despejar nuestro camino hasta la reina.
Llegamos a las catedralicias murallas de Marcha de Marearrasa y nos reagrupamos con nuestros aliados, arrasando con las últimas líneas de defensa de Labris. Sin atisbo de escapatoria, la reina descendió la gran escalinata para plantarnos cara. A juzgar por su regia y desafiante actitud, nadie hubiera dicho que estaba sobrepasada y acorralada.
Aseguró que Peitha llevaría a los kryptis a la extinción y que la líder de la rebelión carecía de la fuerza de voluntad y la convicción necesarias para gobernar a su gente. El silencio reinó por un instante, roto finalmente por una sencilla risa de Peitha que quebró la fachada aparentemente inamovible de la reina.
Tras intercambiar pullas, Peitha miró a Nephus, que nos ordenó sombríamente avanzar para plantar cara y ejecutar a la reina.
Labris luchó valerosamente. Y perdió. Estaba furiosa, casi al borde de la locura. Pero todo fue en vano. Nephus ordenó su muerte.
Sin embargo, Peitha tenía otros planes.
Viendo la ocasión de ganarse a los kryptis con una demostración de fuerza, aplazó la ejecución de la reina. Era el momento de mostrarle al pueblo de Nayos que Peitha podía ganar, que Labris y Eparch no eran invencibles. Contaba con un interesante recurso en la tirana y debilitada Labris. Ahora, solo necesitaba público...
***
Como Peitha planeaba llevar a rastras a la derrotada reina Labris hasta el Coliseo del Rey de Medianoche y mostrarles a los kryptis el poder de su rebelión, el general Nephus no tardó en llamarme a su presencia. Aunque había albergado sus reservas respecto al proceder elegido por Peitha, ahora creía que todo aquello debía representarse delante del mayor público posible; si ese iba a ser el plan, había que hacerlo a lo grande.
El general me envió en busca de una kryptis anciana, Tecla, la Venerable, a quien encontraría en el vivac avanzado. Al parecer conocía una red de balizas dispuestas por toda la zona interior de Nayos. Podrían usarse para llamar a la gente de la zona interior de Nayos, atraerla al Coliseo y brindarle a Peitha un ingente público que le diera apoyo.
Activé las balizas tan rápido como pude mientras Peitha y nuestros aliados marchaban en Nyedra. Con una ingente muchedumbre como espectadores y la desafiante reina Labris ahora convertida en una débil prisionera, Peitha estaba a punto de alistar a la inmensa mayoría de los kryptis a su causa.
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Mientras la multitud llenaba el Coliseo, Peitha me llamó a su lado para que presenciara su discurso. Llegué justo en el momento en que hacía desfilar a la abatida reina ante las masas reunidas. La líder rebelde habló con convicción, asegurando no solo que Eparch y sus leales podían ser derrotados, sino que, a diferencia de la presente monarquía, ella estaba dispuesta a mostrar clemencia a los vencidos.
"Hijos de Nayos", comenzó, antes de llamar la atención sobre la derrotada reina Labris y el debilitado ejército de Eparch.
El Rey de Medianoche debió de percibir el poder de la posición de Peitha, sentir su amenaza a través del Velo y cómo estaba volviendo a los kryptis en su contra. En ese momento se formó una fisura y la poderosa y calmada voz de Eparch invadió el Coliseo.
El rey, una bestia inmensa y ancestral, se abrió paso, atrayendo todas las miradas hacia su aterradora forma. Eparch casi pareció ignorar la presencia de Peitha y preguntó directamente a la muchedumbre reunida si su advenediza sobrina se había ganado realmente la confianza del pueblo.
La arena se quedó muda.
Eparch se volvió entonces hacia la líder rebelde y la reina prisionera. Aunque había guardado la calma hasta ese momento, ahora podía escuchar la furia fuertemente reprimida en cada una de sus palabras. Pronunció una única propuesta de negociación: liberar a Labris a cambio de que Tyria se salvase. A Peitha se le permitiría vivir en el exilio.
No está muy claro si Peitha confiaba en la buena fe de la oferta. Lo que sí que está claro es que Labris sí se la creyó. Incluso en su debilitado estado, no pensaba permitir que Peitha la usase como moneda de cambio para socavar todo lo que Eparch y ella habían construido.
La desafiante reina se sacrificó por la causa de su venerado esposo, forzándolo a imbuirse de los últimos resquicios de su esencia mientras el resto de nosotros contemplábamos aquello con horror.
El caos se apoderó del público; algunos declaraban lealtad a Peitha, otros a Eparch. El resto huyeron aterrados. Hasta el rey se quedó de piedra con la maniobra de su reina. Rugiendo enfurecido, juró devorar a todo aquel que se opusiera a él y desafió a quien se pusiera del lado de Peitha a enfrentarse a él en la ciudadela de Zakiros.
El plan de Peitha de inspirar a un ejército y derrocar al rey quedó totalmente desbaratado. No nos quedó más opción que retirarnos, reagruparnos y reflexionar sobre las consecuencias de un día desastroso. ¿Será el dispar ejército de Peitha suficiente para invadir la ciudadela fortificada de Eparch y desafiarlo con toda su furia desplegada? ¿Podemos contar con el Resguardo Astral? Está por ver si el alzamiento rebelde podrá superar este paso en falso. Yo ayudaré como buenamente pueda, pero no creo que baste para llevar a Peitha a la victoria.