Cuando Peitha, Arina, Ramses y yo nos reunimos para hablar del ataque a la Puerta de Heitor, Ramses transmitió las nuevas de que, a pesar de nuestros esfuerzos anteriores, Irja había desaparecido del campamento. Seguramente asustada de nosotros, tyrianos, huyó de nuevo a la espesura.
Nada más salir de la grotesca fortaleza, nos recibió el implacable embate de las fuerzas de Heitor. Tras la derrota de estas, Arina se veía con ganas de avanzar y plantar cara a Heitor por sí misma, pero nuestros aliados kryptis permanecieron unos instantes mientras Ramses ofrecía una oración por los caídos.
Dentro de la fortaleza, nos aproximamos a los aposentos de Heitor, donde una voz familiar gritaba de dolor. Irja no había huido: había caído prisionera. Irrumpiendo en la estancia, por fin nos vimos cara a cara con nuestro enemigo. Peitha intercambió comentarios hirientes con Heitor mientras Irja observaba, cautiva e inmovilizada por el miedo.
Nos lanzamos a atacar. Al principio, parecía que Heitor iba a sucumbir enseguida. De repente, consumió a Irja, absorbiendo su esencia mientras ella se revolvía y gritaba agonizando. Ramses profirió un grito de horror y Peitha gruñó de rabia. No habría un desenlace pacífico y, de pronto, la ambición de Peitha resultó clara y justa.
Heitor, desatada, se aferró desesperadamente a su alianza con Eparch hasta su poco ceremoniosa muerte.
Peitha se alejó furiosa y frustrada, pidiéndonos que buscáramos supervivientes, pero solo hallamos cadáveres. Cuando volví a unirme a Peitha en el exterior, acordamos reagruparnos cuando fuera el momento adecuado para adentrarnos más en la zona interior de Nayos. Los rumores de lo que podía aguardarnos allí eran inquietantes: fanáticos, leales, inocentes aprisionaos, generales despiadados... Pero cada vez está más claro que Peitha lucha por el bien de su gente contra un reino tirano y cada vez más traicionero.