Volví a despertar en aquel lugar abyecto. La cabeza parecía que me iba a estallar de dolor mientras intenta orientarme. Isgarren estaba desplomado en el suelo, ahí cerca, moribundo pero aún aguantando vivo. La voz de Peitha resonó en mis oídos, pero mi atención se volvió hacia el demonio que teníamos delante: Cerus.
Cerus se movía en torno a nosotros, burlándose mientras se iba acercando, del mismo modo en que la torpe bestia había tratado de matarme con anterioridad. Celebraba su inminente victoria: volvería a Nayos con el preciado botín de Eparch, Isgarren, y un premio para sí mismo. El campeón de un dragón anciano. El azote de Tyria. Le goteaba de las fauces saliva teñida de sangre, babeando de pura anticipación. La lucha había acabado.
Mientras Cerus se regodeaba, Isgarren me llamó a su lado. Con las pocas fuerzas que le quedaban, lanzó sobre mí un encantamiento antes de que Cerus se diera cuenta. Sin embargo, ese derroche de energía dejó a Isgarren inconsciente. Con Isgarren incapacitado, la atención del demonio se volvió hacia mí. Esta vez, no dejaría que me escapase vivo.
Luchamos ferozmente, pero no parecía una batalla ganable. Caí al suelo, con la amenaza de muerte de nuevo pendiendo sobre mi cabeza. Antes de que Cerus pudiese asestar el golpe final, una risita sarcástica perturbó su concentración. Sabía de quién de[sic] trataba antes de que apareciese de entre las sombras.
Se me heló la sangre. ¿Era eso lo que Peitha quería, servirme en bandeja a su hermano? Ambos de[sic] burlaron de mí mientras bailaban, con Peitha maniobrando entre su hermano y yo. Durante un breve instante, tuve la certitud de que ella se preparaba para robarle la presa a su hermano. Una potente sensación de arrepentimiento invadió mi mente: debí de habérselo contado a Zojja. O a cualquiera. Pero ya era demasiado tarde.
La cosa es que Peitha no me levantó la mano. En cuanto se posicionó entre nosotros, sacó a la luz la tiranía de Cerus y Eparch. Ya se había hartado de sus traiciones. De su desdén por su propia gente.
Peitha me gruñó para que me pusiera en pie. Incluso con alguien de su categoría en mi bando, nos aguardaba un combate brutal. Mientras tratábamos de mantener a raya los golpes de Cerus, intercambiaron pullas verbales. Peitha había abandonado a su rey y yo me había metido de cabeza en una destructiva rivalidad entre hermanos. Por lo que pude dilucidar, Eparch había causado tanto daño a Nayos como Cerus y él a Tyria.
La batalla prosiguió y, finalmente, logramos debilitar a Cerus lo suficiente como para que Peitha me pidiese asestar el golpe final. "No merecía soñar", rugió, y yo cercené la vida del cuerpo de su hermano.
Isgarren despertó, pero no pareció espantado al ver a nuestra nueva "amiga". Supongo que es difícil desconcertar a alguien que ha vivido milenios y combatido a demonios tanto tiempo como él.
***
Con Cerus muerto, Peitha insistió en que nos pusiéramos en camino. Eparch estaría sin duda vigilando y podría tendernos una emboscada en cualquier momento. Seguí sus pasos sin dudar ni un instante.
Cuando emergimos del portal, volvíamos a estar envueltos por el opulento abrazo de la torre del brujo. La voz de Zojja fue la primera en abrirse paso entre la muchedumbre. Corrió a mi lado, inspeccionándome para ver si tenía algún tipo de herida. De forma similar, el Resguardo Astral se arremolinó en torno a Isgarren, todos deseosos de recuperar a su líder, pero la mirada de Dagda se fijó de inmediato en Peitha. Por una vez, alguien que no era yo le provocaba una reacción aún mayor.
Peitha, no obstante, no se inmutó. Si acaso, pareció valorar la naturaleza reflexiva de la jotun. Antes de que ambas llegaran a las manos, Isgarren se interpuso en toda posibilidad de una inminente escalada. Ahora estaba en casa y no toleraría un drama de ese calibre. Compartiendo la curiosidad de Dagda, Isgarren se volvió hacia Peitha. Tenía preguntas que exigían respuestas.
Mientras Peitha e Isgarren se dirigían a un lugar más privado para hablar de sus cosas, Zojja me apartó a un lado. Por fin había hecho una elección. La elección.
Me dijo lo mucho que le había costado asimilar algunas ideas: ¿no estaría dejando a sus amigos —los vestigios de Filo del Destino, los institutos y la Guardia de la Eternidad— atrás si elegía ascender? ¿Me abandonaría después de habernos reencontrado tantos años en la distancia? Hice lo único que podía: apoyarla. Elija lo que elija, esta es su familia ahora. Esta es su gente. Y, en todo caso, yo tengo mi propia senda que recorrer. Sea cual sea la versión de Zojja que me encuentre al otro lado, la apoyaré igualmente.
Contuvo las lágrimas cuando Dagda se acercó; Isgarren y Peitha me habían llamado. Zojja asintió alentándome a proseguir. Ella estaría bien.
Volví a unirme al grupo. Peitha e Isgarren ya andaban a la gresca. Peitha nos contó que la situación en Nayos había empeorado y que era peor de lo que pudiéramos imaginar. Mientras se libraba una guerra contra los kryptis en Amnytas, otro conflicto se ha estado cocinando en las madrigueras de Nayos durante milenios. Puede que los kryptis sean un poco espinosos para los estándares de etiqueta de Tyria, pero Eparch es otro tipo de bestia. Ha reducido a su gente a ganado, devorando sus cuerpos y almas para su beneficio. Incluso con Cerus fuera del panorama, hasta el último momento no pudimos arrebatarle la victoria de sus fauces.
Peitha era la realeza de los kryptis. Y necesitaba nuestra ayuda en la lucha contra su líder corrupto.
Isgarren se mostró totalmente estratégico, casi hasta un punto cínico, respecto a su petición. Planteaba que permitir a Eparch llevar a la ruina su mundo podría quizá ser la salvación del nuestro, pero Peitha descartó ese enfoque. Insistía en que Eparch simplemente vendría cuando estuviera harto, vigorizado y listo para la conquista. Y aprecia mucho nuestro mundo. Isgarren analizó la situación antes de, finalmente, preguntarme mi opinión.
Peitha había estado en mi mente todo el viaje y, aunque cuestioné su fidelidad hasta el momento en el que se alzó contra Cerus, no me había hecho daño ni una sola vez. Me protegió de los cuchicheos de Eparch, me guio[sic] en combate. Aunque sea kryptis y puede que no sepamos su motivaciones, no hemos visto de lo que es capaz Eparch. Y no conviene que esté aquí.
Me ofrecí a acompañar a Peitha a su mundo de origen. Isgarren, al principio dudoso, acabó mostrándose de acuerdo. El Resguardo Astral tiene que recuperarse antes de poder prestar cualquier tipo de ayuda significativa, pero en cuanto Peitha esté lista, me uniré a ella en Nayos.
En cuanto concluyó nuestro consejo de guerra improvisado, me hice a un lado para hablar con mi aliada multidimensional. En un primer momento, seríamos solo Peitha y yo quienes nos embarcaríamos en su misión; temía que llevar muchos efectivos de Isgarren demasiado rápidamente amenazaría la sociedad superior de los kryptis, así que yo seré su campeón mientras reunimos apoyo desde dentro.
Antes de ser arrastrado a la fisura de los Campos de Gendarran, cuestioné lo que sucedió a continuación. Con los dragones ancianos muertos y Aurene asentándose en su nuevo rol, yo... no sabía. No sabía lo que quería o lo que el mundo quería de mí. Supongo que Zojja y yo compartíamos conflictos similares. Sin embargo, ahora siento que el mundo se ha resquebrajado y abierto de par en par. Con el descubrimiento del Resguardo Astral, me di cuenta de que había todo un ámbito de Tyria que yo desconocía. Que la gente desconoce. Y con la llegada de los kryptis, es posible que vayamos a ver emerger de la Niebla nuevas amenazas en su lugar más frecuentemente.
Tyria tiene que tomar cartas en el asunto. Hemos experimentado una mejoría temporal desde la aniquilación de los dragones ancianos, y no ha habido últimamente rastro de ningún dios descontrolado. Tenemos que reconstruir y sanar. Ahora que hemos hecho volver a los krytpis a Nayos, tenemos tiempo para pensárnoslo todo. Por ahora, al menos. Solo espero que Isgarren decida informa al resto del mundo de esta oscura amenaza antes de que sea demasiado tarde.
Peitha ha sugerido que yo haga las rondas y me reúna con mis aliados, que disfrute de un instante para respirar un poco. Porque, en cuanto ella esté lista, pondremos rumbo a Nayos.