Réquiem: Caithe

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Alerta de spoiler: El texto siguiente contiene información que podría revelarte contenido de Cuarta Temporada de Mundo Viviente.

Publicado originalmente en Todo o nada Réquiem: Caithe.

Escrito por Alex Kain y Samantha Wallschlaeger el 07 de mayo de 2019.

Réquiem: Caithe es uno de los tres relatos cortas de Todo o nada: Réquiem que exploran los pensamientos y sentimientos de algunos de los aliados del Comandante del Pacto después de Mundo Viviente 4 quinto episodio, "Todo o nada."

Texto[editar]


Réquiem de Caithe.jpg

Qué extraño. Aquí, en el final, solo puedo pensar en el comienzo.

Qué pequeña eras entonces. Un pequeño pajarillo, brillante como una gema, probando sus alas. Cada vez que echabas a volar, me dejabas sin aliento. Debería haber estado más presente en aquellos momentos, pequeña. Ya no volveré a verte volar jamás.

Y Kralkatorrik, el que te apartó de mi lado, se nos ha escurrido de entre los dedos. El final ha llegado. Sin ti, ¿qué esperanza le queda a Tyria? Ahora mi deber es ser testigo del fin de todas las cosas. Quedarme al lado de tu caparazón mientras espero que la realidad se derrumbe a mi alrededor.

No me da miedo. ¿Cómo iba a dármelo? Mi mundo acabó en el momento en el que tu corazón cesó de latir.

El Árbol Pálido, el Sueño, la Tabla de Ventari... Todo eso nos enseñó que los sylvari nacen completamente desarrollados. Pero antes de conocerte, no era más que una niña. Creía que era la criatura más importante del mundo.

Cometía muchísimos errores.

Me pregunto si te hubiera caído bien por aquel entonces. Cuando vi a Cadeyrn suplicar al Árbol Pálido que cambiara de parecer. Habíamos empezado a ver cómo era el mundo realmente más allá de la seguridad de nuestra pacífica arboleda y eso nos perturbó.

Tyria era enorme y llena de contradicciones. La Tabla de Ventari no explicaba por qué las otras civilizaciones, las otras personas, tenían madres y padres. Por qué seguían las escrituras de dioses a los que no podían ver. Por qué algunos no seguían escritura alguna.

No explicaba por qué los asura encontraron a Malomedies y destrozaron su brillante mente, cambiándole para siempre al torturarle en nombre de la ciencia.

Los Primogénitos se aferraron la Tabla de Ventari, usando sus pacíficas enseñanzas a modo de escudo. Pero los segundogénitos estaban frustrados e inquietos. Y Cadeyrn, hijo de la luz del día, quería ver acción.

Quería venganza.

Cadeyrn se presentó ante el Árbol Pálido y le exigió que abandonara la Tabla de Ventari. El mundo nos había mostrado su horrible cara, dijo, y la tabla nos impedía defendernos. Él quería que nosotros demostráramos nuestra fuerza. Que mostráramos nuestras espinas.

Recuerdo que pensé que era un estúpido. Un segundogénito cabeza hueca que jamás llegaría a comprender la importancia de una vida pacífica. Esperaba que el avatar del Árbol Pálido apareciera y le machara sus ridículas ideas.

En vez de eso, le contestó solo con silencio.

Aquel fue uno de esos momentos en los que el destino se desvió. Aquellos en los que simples palabras podían cambiar podían cambiar el curso de todo lo venidero. Si tan solo hubiera podido ver momentáneamente el futuro como tú, habría actuado de otra forma. Habría sabido que ahora no desearía ser la persona que era entonces.

Cadeyrn estaba dolido. ¿Cómo no iba a estarlo? Había hablado y el Árbol Pálido lo ignoró.

"Soy el primero de mi generación", insistió él. "¡Merezco que se me escuche!"

Podría haber sido amable con él. Haberle dicho que él era importante, que el Árbol Pálido escuchaba y comprendía a todos sus hijos. Podría haber sido dura y tacharlo de traidor. Haberle avisado de que su comportamiento salvaje nos pondría en peligro a todos. Él necesitaba haber oído esas dos cosas.

Pero yo era una persona cruel por aquel entonces. E increíblemente superficial.

"¿Y a ella qué le importa?" Dije yo. "Tiene miles de hijos ahora, Cadeyrn. O eres un primogénito... o no eres más que un sylvari cualquiera."

Pero lo peor de todo es que yo creía esas palabras. Creía que los Primogénitos y yo éramos superiores. Libres de las vicisitudes generacionales y atrocidades políticas. Perfectos y puros. Con el tiempo, el dragón de la selva demostraría cuán equivocados estábamos.

Ojalá pudiera volver y borrar la arrogancia de mi voz. Suavizar la dureza de lo que le dije a Cadeyrn.

Pero lo dije, y eso le cambió. Mi crueldad endureció su corazón y plantó la semilla del resentimiento. Del odio. Sé que yo no fui la única, pero ayudé a empujarlo por el camino que acabaría recorriendo pronto. Hacia la creación de la Corte de la Pesadilla.

Hacia Faolain.

Desde el momento en el que emergimos juntas, Faolain y yo éramos como hojas gemelas brotadas de una misma rama. Ella tenía un sinfín de preguntas y lo único que yo quería era encontrarle las respuestas. Nos aventuramos juntas en lo desconocido y vimos cosas tanto bellas como terribles. Hicimos que el mundo fuera nuestro.

Pensé que yo había sido creada para ella. Que ella había nacido para descubrir, para cambiar y dar forma a todo lo que tocara, y yo para amarla.

Puede que sí que amase a Faolain a mi manera. Pero era increíblemente egoísta por aquel entonces. Creo que solo estaba enamorada de la manera en la que todos los demás me miraban cuando estaba con ella.

Ella lo sabía. Y lo utilizó.

Cuando era joven, pensaba que lo sabía todo. Era una primogénita sylvari; la Tabla nos había dicho que éramos los seres más puros del mundo. Y yo me lo creí porque deseaba desesperadamente ser única. Ser especial.

Habíamos empezado a darnos cuenta de nuestra insignificancia dentro del mundo, y mientras que eso hizo que Faolain se hiciera más decidida y más hambrienta, a mí me hizo recluirme en mí misma y volverme más arrogante. Oculté mi miedo a no ser importante. A no ser nada.

Era la minúscula semilla de una debilidad, el deseo... No, la necesidad de ser excepcional. Pero Faolain la encontró. Siempre se le dio bien detectar debilidades. Y también explotarlas.

Al principio era dulce, incluso romántica. Me llevaba a claros bañados por la luz de la luna, donde las luciérnagas bailaban a nuestros pies. Me ponía flores veraniegas en el pelo y acariciaba mi rostro con sus manos mientras me decía que era la persona más hermosa e importante que ella había conocido jamás. Que yo marcaría la diferencia. Que estaba orgullosa de mí.

Adoraba la manera en la que me miraba, como si fuera la única criatura que existía en el mundo. Sentía que ella me comprendía como nadie. Sus ojos estaban tan llenos de admiración que me costaba mirar para otro lado. Necesitaba que ella fuera mi espejo, pues yo era incapaz de ver lo que ella veía. Necesitaba su amor para sentirme completa.

Lo cual era justo lo que ella quería.

Depender de Faolain me parecía completamente natural, tanto como amarla. Era joven e inexperta. Creía que las dos cosas eran lo mismo. Sabía que, si Faolain estaba a mi lado, podía hacer cualquier cosa. Estaba atrapada. Era su presa. Fue entonces cuando las cosas cambiaron.

Ahora es fácil echar la vista atrás y decir que debería haber sido capaz de ver la verdadera cara de Faolain. Lo que hacía cuando me ignoraba durante días, al parecer sin razón alguna. Cuando volvía como si no hubiera pasado nada y me regañaba por enfadarme.

Pero resulta tremendamente difícil ver con claridad cuando estás bajo agua enlodada. Ella lo hacía difícil.

Hacía que acabara hambrienta de la atención que me prestaba al principio. Me la negaba en los momentos en los que me veía más necesitada de ella. Y cuando finalmente me enfadaba, ella se entristecía. Actuaba como si yo la hubiera herido a ella. Hacía que todo fuera por mi culpa. La mía. Nunca la suya. Ni siquiera de las dos a la vez.

Faolain empezó a insinuar que me había vuelto aburrida. Dijo que sin ella, yo sería idéntica a cualquier otra sylvari. A veces, se preguntaba a sí misma en voz alta si acabaría aburriéndose de mí. Sabía exactamente qué decir. Y yo estaba tan metida en el agua que la creí.

Hacía lo que hiciera falta por recuperar su atención. Le hacía favores, me hacía perfecta para ella, me peleaba con ella. Para mí, hasta su ira me parecía mejor que su indiferencia. Pero nada de eso funcionó.

Las únicas veces en las que me ofrecía toda su atención lo hacía para juzgarme.

Faolain me hizo pedazos. Ahora criticaba las cosas que antes decía que adoraba de mí: mi franqueza, mi preferencia por escuchar en vez de hablar, la manera en la que la contenía cuando se pasaba de la raya... Incluso decía que las despreciaba.

Que yo le suponía un lastre. Que podría llegar mucho más lejos sin mí, pero que se estaba conmigo solo por lástima. Y justo cuando iba a decidir que era más miserable cuando estaba con ella que cuando estaba sola, ella se volvía en la pareja cariñosa y atenta que recordaba. Volvía a llevarme al claro y ponerme flores en el pelo. A decirme que seguía siendo especial, que solo tenía que dejar de desmoralizarme tanto.

Ojalá pudiera decir que acabé por escapar de ella, pequeña. Pero fue ella quien escapó de mí. En la Corte de la Pesadilla encontró una comunidad de sylvari desesperados por el cambio, por algo en lo que creer. Y también los utilizó a ellos.

Mi libertad llegó cuando yo me quedé cuando ella se marchó. Usé al Árbol Pálido y la Tabla de Ventari para conseguir la fuerza que no sabía que tenía, y ellos me ayudaron a olvidarla. El Árbol Pálido me ayudó a tener una vida buena y plena, a no dejar que un equívoco provoque maldad. Unas enseñanzas que me dieron la paz que necesitaba. Me dieron un propósito cuando carecía de uno.

Pero todo eso resultó también ser falso.

Cuando Wynne me reveló la verdad sobre los sylvari, que habíamos sido creados solo para servir a Mordremoth, volví a sentirme hueca de nuevo. Las palabras del Árbol Pálido curaron y me salvaron de la oscuridad, pero estaban vacías. Una mentira piadosa que ella se inventó para darnos un sentido cuando carecíamos de él. No éramos puros. Tan solo herramientas que lanzar contra un objetivo. Mi destino era ser utilizada. Otra vez.

Me puse furiosa con el Árbol Pálido, con mi madre. Pero ahora... Ahora entiendo por qué nos ocultó la verdad. Una madre hace todo lo posible para proteger a sus hijos, incluso si ello implica mentirles.

Ojalá hubiera podido librarte del horrible conocimiento con el que tuviste que vivir, pequeña. Ojalá pudiera deshacer tu destino y hacer que fuera el mío. Hubiera vuelto a sufrir todo aquello por lo que pasé si con ello hubiera podido salvarte.

Eso es el amor.

¿Te acuerdas de cuando nos conocimos? Tú estabas todavía en tu huevo, creciendo y convirtiéndote en la bellísima criatura que acabarías siendo.

Mordremoth me habló de la misma manera en la que lo hizo el Sueño: no con pensamientos, sino con sentimientos. Deseos. Impulsos. Sentí en mi cabeza el ansía por mi segunda Caza Sylvestre: proteger el huevo de Glint. Protegerte a ti.

El sentimiento de querer mantenerte a salvo me vino muy fácilmente. Ni siquiera había visto tu cara aún, pero ya sabía que eras muy especial. Protegerte no era una orden: era una instinto.

Pero entonces los pensamientos cambiaron. Mis impulsos me decían: Lleva el huevo al Corazón de Maguuma. No sabía qué encontraría allí, pero cada fibra de mi ser me impulsaba a seguir adelante.

Los sylvari no deben cuestionar su Caza Sylvestre. Estábamos hechos para cumplirlas. Pero recordé lo que me dijo Wynne cuando me reveló la verdad.

Que no confiara en nadie. Ni siquiera en el comandante.

Intenté encontrar sentido a la idea que florecía en mi mente: una que parecía ser completamente mía. Pero sabía que los susurros de Mordremoth eran idénticos a mi propia Caza Sylvestre. ¿Debía ignorar mis propios deseos sin más? ¿Mi instinto seguía perteneciéndome siquiera? ¿O me estaban utilizando otra vez?

Estaba más sola que nunca. El Árbol Pálido, el comandante, Wynne... No confiaba en nadie. Ni siquiera en mí misma. Estábamos solas tú, yo y esa horrible jungla sin fin.

Y estaba totalmente centrada en ti. Dediqué todo mi ser a protegerte de todo daño. Entendía lo importante que eras para el mundo, incluso si yo no estaba segura del futuro, pero era algo más que eso. Eras todo lo que me quedaba. No podía perderte a ti también. Perderte significaría perderme a mí misma.

Creo que fue entonces cuando lo comprendí. Jamás llegaría a ser importante, y eso estaba bien. Ningún sylvari importaba demasiado: ni Cadeyrn, ni Faolain, ni Wynne... Ni siquiera el Árbol Pálido. No éramos seres ni puros ni perfectos, y no éramos las criaturas más importantes del mundo.

Tú lo eras.

Y yo te protegería con todas mis fuerzas.

El Árbol Pálido me protegió a mí y a todos los sylvari de la mejor forma que sabía. Le ocultó al mundo terribles verdades e intentó que todos nos sintiéramos a salvo y apoyados.

Me hizo creer que había sido elegida. Que era especial. Pero esa nunca fue la cuestión, sino pasar esos sentimientos a otro. Y yo te los pasé a ti, mi pajarillo, brillante como una gema.

Protegerte no quería decir ocultarte la fealdad del mundo. Quería que fueras fuerte, como yo jamás lo había sido. Que te enfrentaras a tu destino de frente, con coraje y confianza. Quería... Necesitaba que estuvieras lista.

Así que me quedé contigo y te enseñé todo lo que había aprendido. Todos mis errores, mi dolor: te ayudaría a crecer. Era la cosa más importante que había hecho. La más importante que haré nunca. Tú salvarías el mundo, a los sylvari, el Sueño... Todo.

Pero para mí, nunca fuiste solo eso. No eras solo la dragona que derrotaría a Kralkatorrik. Eras mía, y yo era tuya. Tú me enseñaste cómo amar plenamente, sin contenerme. No importa cuánto se lo ocultara a los demás, tú viste lo que nadie más pudo: el calor de mi corazón.

Por fin tenía un propósito.

Ahora comprendo al Árbol Pálido. Era una madre obligada a mandar a sus hijos al frío y despiadado mundo, sabiendo que acabarían encontrándose con el sufrimiento e incluso la muerte.

Pero una madre ha de dejar que sus hijos vuelen e incluso que se caigan, para que aprendan. Y tú caíste antes, solo para levantarte más fuerte y más decidida. Y yo siempre estuve allí para ayudarte. Creía que estabas preparada. Creía que ganaríamos juntas.

Y ahora te he perdido. Eras parte de mí, y yo de ti. ¿Cómo puede seguir latiendo un corazón cuando desaparece una de sus mitades?

Ojalá hubiera hecho más para demostrarte lo mucho que te quería. Lo mucho que significabas para mí. Para todos.

No sé nada del comandante desde hace días. Me pregunto si el corazón de nuestro líder también se ha reducido a polvo. Ahora no tenemos ningún plan. Ninguna idea. Nada que hacer salvo llorar a nuestra esperanza perdida... a nuestra hija perdida... y al terrible y hermoso mundo que ella intentó proteger.

Espero volver a verte pronto, pequeña, cuando llegue el final.

Todos nosotros necesitamos estar contigo para esto. Has unido a tantas personas, tocado a tantas almas... Debemos enfrentarnos a lo que viene juntos por última vez.

No puedo hacer esto sola. Necesito que alguien me ayude a encarar el fin de todas las cosas, así como el fracaso de todos nuestros planes y nuestros sueños. Alguien que te quiera tanto como yo.

Es hora de que llame al comandante.

Curiosidades[editar]

  • En la página de lanzamiento, los tres relatos Todo o nada: Réquiem se han formateado utilizando el programa de código abierto Twine.
  • La historia está ilustrada por el socio creativo de ArenaNet, Kinixuki.