La historia de Marjory: la gota que colma el vaso

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La gota que colma el vaso es un relato de Angel McCoy.

Texto


Parte 1

El chico no debía de tener más de dieciocho años. Un charco de sangre reflejaba las luces de Linde de la Divinidad y su último aliento seguía resonando incesantemente en mi cabeza.

—Lo has matado —dije algo obvio.

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—Solo hice mi trabajo. —El guardia del Ministerio Henrick Baker se había acercado tanto que podía oler la satisfacción de su aliento. Su uniforme era como el mío: el escarlata y la plata que había llevado desde que me uní a la Guardia del Ministerio. Había hecho el mismo juramento que yo: proteger y servir al Ministerio de Kryta y a Linde de la Divinidad. Pero a pesar de eso, él había asesinado a este ciudadano sin juzgarlo ni dudar ni un instante.

Con un movimiento rápido, inesperado para ambos, lo golpeé contra la pared de piedra, presionando mi antebrazo con fuerza bajo su barbilla, con los pies apoyados firmemente a modo de venganza. Encendí un destello de furia nigromántica con las yemas de los dedos: cerca de su ojo, donde no pudiera perdérselo.

Intentó huir, dando la espalda a la amenaza.

—Solo teníamos que cogerlo para interrogarlo —mi voz me resultaba irreconocible.

—Puede que esas fueran tus órdenes, pero no las mías —Baker tuvo el descaro de parecer satisfecho de sí mismo, como si estuviera por encima de mí—. Era una misión solo para algunos.

El Ministerio había oído rumores de que aquel chico había presenciado un crimen atroz. Mi superior nos había enviado a Baker y a mí a buscarlo para llevarlo con nosotros. Llevarlo, no matarlo.

—No pienses que te vas a librar de esta —fue lo más ingenioso que se me ocurrió espetarle.

—¿Qué piensas hacer? ¿Entregarme a los Serafines? Los mandamases dieron su aprobación a esto en las oficinas de arriba, muy por encima de nuestros rangos. Estaría fuera de la celda antes de que los Serafines terminaran de acribillarte a preguntas. Y entonces serías tú la que tendría problemas, no yo.

Retrato de Marjory.jpg

Mi instinto me decía que tenía razón. El hedor de la Guardia del Ministerio llevaba revolviéndome el estómago desde hacía demasiado tiempo. Le di un último empujón en la barbilla, golpeándole la cabeza contra la piedra, y luego lo solté. Sin embargo, no le di la espalda.

—Has hecho bien —dijo—. Oye, no seas ingenua. ¿Qué más dará un desconocido más muerto con todos los que hay en esta ciudad? El Ministerio vela por nuestra seguridad, y eso es lo único que importa. Intenta pasar desapercibida y haz lo que te digan. Igual así consigues que se te informe de todos los detalles en las misiones. Voy a las oficinas antes de que venga algún ciudadano entrometido.

Estaba temblando tanto que no pude ni contestarle. Me limité a observar cómo se alejaba, escuchando el golpeteo constante de sus tacones de madera sobre los adoquines mientras veía caer la gota que colmaba el vaso, la prueba final e irrefutable de que estaba entre la gente equivocada.

—¿Hola? —dijo alguien con una voz tan tranquila como una tumba.

Di media vuelta y me encontré cara a cara con un fantasma: el fantasma del chico. Mi nigromancia se apoderó de mí, en respuesta a la presencia de la muerte reciente. Dejé que aquella fuerza se apoderara de todo mi ser.

Parte 2

—¿Hola? —repitió el chico fantasma, empezando a entrar en pánico—. ¿Hay alguien ahí? —Estaba de espaldas a mí.

Seguí hablando suavemente, como si me dirigiera a un animal acorralado o un niño asustado…, o a los dos, en realidad.

Mendel. No pasa nada. No estás solo.

Al menos podría aliviar su pasaje, enviarlo a la Niebla, donde… bueno, quién sabe si estaría mejor que aquí. Lo dudo.

—¿Quién… quién eres? —el éter distorsionó sus palabras.

—Ya da igual. Dime una cosa, y luego te enviaré con los dioses. ¿Qué crimen presenciaste ayer?

—Yo… yo… —La translucidez del chico se onduló y vi el miedo en su rostro.

Dirigí mi magia hacia el chico, guiándola sobre él con el cariño de una madre, y lo vi relajarse.

—Puedes contármelo.

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—Se llevaron a una… mujer… a un sótano —Hundió la cara entre las manos—. Usaron magia negra con ella. Gritaba, pero había silencio. Abrió la boca, pero no dijo nada. Sus ojos…

—Está bien. ¿Quién lo hizo?

Por primera vez, el chico fantasma me miró directamente y dijo:

—El ministro…

La energía crepitó detrás de mí una fracción de segundo antes de la explosión. Me pasó cerca de la oreja izquierda y el instinto me hizo rodar hacia un lado. Pero el hechizo no iba a por mí. Alcanzó al chico fantasma directamente en el pecho y lo lanzó hacia atrás, por los aires.

El chico fantasma gritó mientras su pecho se desplomaba hacia dentro, y luego fue succionado a la Niebla a través de un agujero en el tejido del mundo.

Caí de pie justo después, pero ya era demasiado tarde para el chico. Me transformé en cazadora. El otro nigromante ya había salido corriendo, dejando un rastro de energía que podría haber seguido de haberme dado prisa. Eché a correr.

Al final del callejón di a parar a una amplia calle y me detuve para buscar a mi presa.

Una nube de aire muerto estalló a mi alrededor, se aferró a mí y no me soltaba. Las partículas contenidas en el aire pútrido que se adherían a mi piel y mi ropa se me quedaron en la boca y la nariz e hicieron que me lloraran los ojos. Me armé de valor para soportarlo. Todo el mundo pensará que los nigromantes están acostumbrados a estas cosas, pero no a ese olor. Tu cuerpo reacciona automáticamente. Intenté con todas mis fuerzas reprimir las arcadas y examiné mi alrededor.

¡Ahí! Una figura envuelta en una capa negra se deslizó entre las sombras, al otro lado de la calle.

Corrí detrás de la figura y, cuando estaba a punto de atraparla, volvió otra esquina. Había aprendido la lección, así que me detuve, me agaché y eché un vistazo al otro lado.

Nada de hechizos desagradables en la cara. Nada de objetivos buscando pelea. Nadie.

Captura de pantalla de Marjory.jpg

Me puse de pie lentamente y, cuando me hube incorporado del todo, alguien se acercó delicadamente a mí por detrás. Me rodeó con sus brazos tan íntimamente que ni siquiera hice ademán de defenderme o huir. Acto seguido, sentí un cuchillo en la garganta.

Me quedé helada. Cuando te han pillado, poco puedes hacer excepto escuchar.

—Tranquila —una voz profunda me susurró al oído. No sentí que mi captor irradiara energía nigromante. Era otra persona—. El hombre que buscas se llama Kraig el Desolado. Magia de alquiler. Probablemente no lo vuelvas a ver.

—¿Quién eres? —le pregunté.

—Presta atención —dijo la voz grave —. Hay fuerzas en juego en esta ciudad, en este mundo, que acabarán con todos nosotros si se lo permitimos. Juntos, tú y yo, podemos lograr que eso deje de ser así.

Mi cuerpo empezaba a relajarse, mis sentidos se agudizaban y por fin logré recuperar el aliento.

—Qué buen comienzo para nuestra relación. —Incluso había recuperado mi sentido del humor.

—Desde luego, no lo olvidarás. Estaremos en contacto. Puedes llamarme E.

Cuando quise darme cuenta, me había soltado y tenía la garganta intacta. Me di la vuelta, pero ya no había nadie allí. Mi captor, E., me había dejado allí de pie, sola, en una noche sin luna, al borde de una calle adoquinada que olía a verdura podrida y excrementos de perro, y lo único que podía pensar era: “Necesito un trabajo nuevo“.

Al día siguiente entregué mi placa. El día después de eso, recibí mi primer caso como Marjory Delaqua, investigadora privada: me contraté a mí misma para esclarecer la conspiración del asesinato del chico fantasma. Aún no lo he conseguido, pero lo lograré. Tarde o temprano, todo el mundo termina en la Niebla, y nosotros, los nigromantes, tenemos mucha paciencia.

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