Réquiem: Rytlock

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Alerta de spoiler: El texto siguiente contiene información que podría revelarte contenido de Cuarta Temporada de Mundo Viviente.

Publicado originalmente en Todo o nada Réquiem: Rytlock.

Escrito por Alex Kain el 29 de enero de 2019.

Réquiem: Rytlock es uno de los tres relatos cortas de Todo o nada: Réquiem que exploran los pensamientos y sentimientos de algunos de los aliados del Comandante del Pacto después de Mundo Viviente 4 quinto episodio, "Todo o nada."

Texto[editar]


Réquiem de Rytlock.jpg
"No lo sé".

Esas palabras me golpearon como tres disparos en el pecho. De esos de la Legión de Hierro con munición con púas que se desmenuzan y se te quedan en el esternón.

Nos quedamos mirando. No al cadáver, sino al comandante. ¿Dónde estaba el plan? ¿La siguiente idea brillante?

Siempre había otro plan.

Se suponía que este iba a ser un triunfo, nuestro golpe de gracia. ¡Que me manden a la hoguera, si hasta teníamos una profecía de nuestro lado! Y después, acabó todo.

Aurene estaba muerta. Guardia de la Eternidad, acabada. Como Límite del Destino.

Como la última vez, no pude evitarlo.

Aurene, muerta. Kralkatorrik, huido. Sin más. Ha vuelto a la Niebla y no hay manera de perseguirlo.

Una vida de entrenamiento en la Legión de Sangre me decía que debía empuñar a Sohothin e ir tras el condenado dragón de todos modos. Perseguirlo. Destruirlo. Sin dudar ni temer.

Podría haber hecho más. Debería haber hecho más. Hace once años vi a Glint caer del cielo. Hoy he visto cómo Kralkatorrik acababa con nuestra última esperanza.

Caithe también estuvo allí. Pensaba que ella se sentiría igual que yo. Ella estuvo allí la primera vez. Estuvo allí cuando Snaff...

Pensaba que estaría furiosa.

No lo estaba. El comandante se puso a su lado junto al cadáver retorcido que Kralkatorrik había dejado atrás: Aurene, empalada. Congelada para siempre en su último estertor.

Vi lágrimas, pero no ira. ¿Dónde estaba su ira?

¿Dónde estaba el plan? ¿Cómo íbamos a ganar?

Caithe, el comandante, Taimi, Braham... Todos lloraban a la dragona fallecida. Ninguno estaba enfadado por el dragón que se había escapado.

¿Cómo podían llorar la muerte de una dragona?

"Tienes que confiar en mí, Rytlock".

¿Cuántas veces he tenido que oírle eso al comandante?

Siempre fue un plan estúpido. ¿Criar a una dragona desde su nacimiento para matar a otro dragón y cumplir una especie de destino?

Los charr ni siquiera criamos a nuestros propios cachorros. ¿Cómo va nadie a criar a una dragona?

Siempre fue un plan estúpido, pero yo lo seguí. No porque confiara.

No, era una cuestión de lealtad.

Los charr son leales a su escuadra: a sus hermanos y hermanas de armas.

Los vínculos forjados en la batalla son más fuertes que cualquier lazo de sangre. Pero en el fahrar, también enseñan que tarde o temprano pierdes a compañeros de escuadra. Por el bien común. La victoria por encima de todo. Honor para la escuadra, gloria para las Altas Legiones. Portarruina las llama "pérdidas aceptables".

Claro.

Límite del Destino. Guardia de la Eternidad. Durante más de una década, estas han sido mis escuadras. Mi familia. Me han sido leales. Yo intenté serle leales a ellas. Tuvieron fe en mí para alcanzar la victoria por encima de todo. Incluso con las pérdidas aceptables, no hice lo suficiente.

Kralkatorrik está en la Niebla. Pronto marcará el mundo entero... o devorará la Niebla.

Así pues, le damos caza y lo matamos. Sencillo, ¿no?

Ya. En realidad no.

Aurene era lo único que podía salvar Tyria.

Se suponía que ella acabaría con el dragón de cristal, absorbería su magia y... no sé. Tampoco teníamos otras opciones mejores. Todos los demás planes acababan con la aniquilación de todo lo existente.

Aunque alguien consiguiera acabar con Kralkatorrik sin ella, toda la magia que tiene en su interior... la de Zhaitan, Mordremoth y Balthazar...

La explosión no sería nada bonita.

Todos mis amigos, mi familia... Van a morir porque yo soy un fracasado.

Siempre lo he sido.

"¡Renatlock! ¡Renatlock! ¡Renatlock!"

Otra vez ese maldito coro de voces a mi alrededor. Manos abiertas que me estampan contra el suelo. Pies con garras que me patean mientras muerdo el polvo. Y en algún sitio detrás de todo eso está mi voz, pequeña y solitaria, gritándoles que paren. Pero no lo hacen. No hasta que me despierto.

Sabía que algún día me vengaría de ellos. Mis amigos y yo les haríamos parar a todos. Les haríamos daño, como ellos nos hicieron a nosotros. Me convertí en el líder de mi escuadra. Me entrené cada día. Masacré a incontables enemigos. Una leyenda entre los charr.

Me tumbaban, pero yo siempre me volvía a levantar.

Nunca sueño sobre eso. ¿Por qué no puedo hacerlo?

Era el renacuajo del grupo. Siempre sería el renacuajo, por muchos enemigos que despedazara, por muchos dragones ancianos que exterminara. Aunque fuese Khan-Ur, siempre sería Renatlock.

Eso no podía cambiarlo. Todo lo que podía hacer era levantarme cuando me tiraban al suelo. Pero incluso después de conseguir silenciar esas voces para siempre, nunca conseguí sacarlas de mi cabeza. O de mis pesadillas.

No hasta que encontré a Sohothin.

Siempre pensé que era un trabajo más para la Legión de Ceniza: infiltrarse en la Legión de la Llama y sabotear la operación de Gaheron Fuegobael desde dentro. Normalmente, eso supondría enviar a alguien a la Ciudadela Negra para organizar una operación conjunta, pero el imperator Portarruina no confiaba en la Legión de Ceniza. Todavía sigue sin hacerlo.

En realidad, no confía en nadie.

Solo nos mandó a nosotros dos. A mí y a Crecia. Ella era como uno de esos cuchillos hechos de porcelana de Cantha: perfecta y tan afilada como para cortarte en rodajas.

Portarruina dijo que Cre era perfecta para el trabajo. Lo que quería decir es que era hembra. Fuegobael ni se daría cuenta. Jamás sospecharía que ella era una guerrera de la Legión de Sangre disfrazada.

Y tenía razón. El muy sabandija siempre suele tenerla. Entrar en el fuerte resultó ser fácil. Tal vez el trabajo también podría haberlo sido si yo no me hubiera pasado casi todo el rato intentando evitar matar a todo aquel con el que me encontraba. Eso sí que fue difícil.

Crecia lo sabía hacer mejor. Comida envenenada, planos robados, órdenes cambiadas... La Legión de la Llama no sospechó de nada. Y entonces nos llegaron noticias. Estaba pasando algo gordo entre sus filas.

La Legión de la Llama había encontrado algo y lo estaban trayendo a la fortaleza. Algo increíble.

Habían encontrado a Sohothin.

Intenté descubrir más, pero ¿pasar desapercibido? ¿Conseguir información? Esos no son mis puntos fuertes precisamente. Esto es lo que descubrimos: la Legión de la Llama había enviado tropas al Anillo de Fuego en busca de una reliquia antigua que perteneció a Rurik, un príncipe humano. Se suponía que era un regalo de su dios de la guerra, Balthazar.

Cuando nos enteramos de que la espada iba a abandonar nuestra fortaleza para ir a la Colina del Corazón de Fuego y que iban a entregársela al mismísimo imperator Fuegobael...

En fin, no podía permitir eso.

Naturalmente, no podía robarla sin más. Tenía que decirle a mi compañera lo que estaba planeando. El problema es que Cre estaba haciendo un trabajo demasiado bueno como para dejarlo.

Cuando le conté lo que iba a hacer, me dijo que solo conseguiría que me mataran. Y que posiblemente también la pondría en peligro a ella. Si me pillaban, no les llevaría mucho tiempo descubrir ante qué imperator respondíamos realmente. Pero era joven. No podía dejar que Fuegobael le pusiera las zarpas encima a Sohothin, y tenía la cabeza llena de...

Era joven. Éramos jóvenes.

Hice lo que creía que tenía que hacer. Maté a los guardias que protegían a Sohothin y la reclamé. Le supliqué a Crecia que viniera conmigo. Tal vez hasta lo consideró. Nunca lo sabré, ya que ella no... Me apuñaló una pierna con un cuchillo de pelar para ralentizarme e hizo sonar la alarma. Más tarde le dijo a Portarruina que estaba intentando "que no pareciera sospechoso".

No puedo decir que me hiciera gracia en aquel momento, aunque funcionara. Siguió con la mascarada durante varios años después de que yo me fuera.

A veces pienso en ella... sus finas líneas y sus afilados bordes. La cicatriz de mi pierna me recuerda lo que hice y todavía hace que me pregunte si Cre fue una de esas "pérdidas aceptables" de las que tanto hablaban nuestros profesores del fahrar.

Pero al final, tenía a Sohothin.

Eso era lo único que importaba.

Al imperator Portarruina no le hizo ninguna gracia que echara a perder mi tapadera, pero ¿haber robado el arma secreta de Fuegobael? Eso le puso de mejor humor.

Ahora que había vuelto con mi escuadra Piedra, Portarruina decidió ponernos en el frente para el siguiente gran ataque... conmigo y Sohothin en primera línea.

Quería que la Legión de la Llama contemplara su preciado artefacto en garras del enemigo.

Quería que la Legión de la Llama viera cómo los suyos perecían a manos de su magia.

Quería que la Legión de la Llama le temiera al fuego.

Y así ocurrió. Batalla tras batalla, Sohothin segaba las líneas enemigas. Sus flechas, sus espadas, su magia... Todo eso me tiraba al suelo, pero yo siempre volvía a levantarme.

Mi leyenda creció. Mi poder creció. Mi escuadra... se distanció.

Pero eso no me importaba. Tenía a Sohothin y era imparable.

Ganaba batalla tras batalla a medida que prendía fuego a los zelotes de la Legión de la Llama como si fuesen leña seca. Rytlock Brimstone era el charr más temido en el campo de batalla.

Mis superiores intentaban darme órdenes, mantenerme presionado. Pero ¿con Sohothin? Nadie volvería a aprovecharse de mí.

Esto no les hacía mucha gracia a mis superiores.

"Debería hacer que te ejecutaran, ¿sabes?"

Recuerdo cómo los ojos de Portarruina brillaban y cómo sus dientes relucían en aquella cámara tan poco iluminada de la Ciudadela de Sangre. Dijo que yo no obedecía las órdenes y que ponía a mis compañeros charr en peligro. Que me creía mejor que él.

Le dije que tenía mis opiniones acerca de mis órdenes.

"¿En el campo de batalla?", dijo con tono burlón. "Ese es muy mal sitio para tener opiniones."

Lo que salió de mi boca a continuación fue un error. "Solo si perdemos", le dije. "Todavía no he perdido ninguna batalla".

Portarruina se levantó de su trono. Intenté tener una pose más dignificada que él.

"Pues ahora vas a perder una".

Apreté los dientes. Sabía lo que venía a continuación. O al menos, eso creí.

"No te convertirás en gladio", dijo Portarruina. "Vas a ser ascendido".

Me quedé confundido, pero le dije que era un honor. Eso también fue un error.

Portarruina me mostró un papiro pesado, doblado y sellado con cera. "Vas a ir a un pequeño viaje con las legiones", continuó. "Tal vez la... motivación de tu presencia les haga tener las victorias que tú nos has traído".

Que me ejecuten. ¿Las otras legiones? Ellos no luchan como la de Sangre. La de Hierro se oculta tras sus máquinas como cobardes. La de Ceniza merodea por las sombras. Pero no había manera de razonar con él. Portarruina disfrutaba más de la idea de verme abatido que de la victoria.

Todas mis victorias, toda la sangre que había derramado en nombre de mi legión... en aquel momento, no significaban nada.

Jamás pensé que volvería a sentirme tan impotente.

Y allí estaba, en el Desierto de Cristal. Las arenas eran de cristal. Miré a mi derecha: el cadáver de Glint. Miré a mi izquierda: su santuario, que no era más que ruinas. Y frente a mí: Snaff.

O lo que quedaba de él.

Podría haber hecho más para salvar al pequeño asura. Si no me hubiera empecinado tanto con matar al dragón de cristal, habría visto cómo los Marcados le avasallaban.

Todo el poder de Sohothin... y aun así Snaff fue destrozado ante mis ojos.


Pero no aprendí nada. Nunca aprendí nada. Tuve que cometer más errores. Tuvo que morir más gente.

Tuve que encontrarme con el dios de la guerra y el fuego para aprender finalmente la lección.

"¿Es esa tu espada?"

La voz del desconocido llegaba hasta lo profundo de la Niebla. Era grave y poderosa. Tal vez en vida fue algún gran señor que se cruzó con quien no debía y acabó encadenado a este yermo. No me importaba.

Mis ojos se fijaban en la espada clavada en la piedra, su llama extinta hace mucho. Mi objetivo, finalmente a la vista... ¿Cuánto tiempo había pasado? El tiempo se comporta de manera extraña en la Niebla.

"Solo pregunto" dijo el desconocido, "porque parece que Sohothin ha perdido su chispa".

Me detuve. O tal vez solo lo hizo mi corazón.

"¿Cómo sabes su nombre?"

El desconocido me sonrió. La gente de la Niebla también es extraña.

"¿Quién no conoce a Sohothin?", preguntó. "La espada legendaria de fuego y guerra, empuñada por un charr".

Supongo que las noticias vuelan. Me ofreció reencenderla.

Debería haberlo sabido. En ese momento debería haberlo sabido. Idiota.

Pero también en ese momento me di cuenta de que podía recuperar a Sohothin. Había vagado por la Niebla durante lo que me pareció una vida entera, con batallas antiguas repitiéndose por toda la eternidad... y ahora tenía la oportunidad de recuperar la luz. Mi luz.

No le pregunté quién era, ni por qué estaba encadenado. Tan solo quería recuperar mi vida.

"¿Puedes reencenderla?"

El desconocido alzó los brazos y la llama del interior de Sohothin se encendió, atravesando la oscuridad de la Niebla.

Debería haber notado la facilidad con la que sus músculos ignoraron el peso de sus cadenas. Debería haber notado la leve y hambrienta llama que había tras su mirada.

Pero ¿cuánto llegué a ver realmente? ¿Cuánto es simplemente lo que desearía haber visto?

El aire se llenó de chispas y ceniza mientras sacaba la espada de la piedra. Su calor me resultó familiar. Yo también me puse a sonreír. Con Sohothin, todo parecía ser un poquito más fácil.

"Esa espada es una auténtica maravilla", dijo el desconocido. "Noto cómo la miras. Sabes apreciar lo especial que es".

Le dije que hacía muy bien su trabajo, pero no mentiré. Una parte de mí se sentía reivindicada. El desconocido solo respondió alzando ambos brazos y estirando sus cadenas.

Y después, le liberé.

Fue culpa mía. Todo lo que vino después... Todo porque quería recuperar esa condenada espada.

Me dije a mí mismo que lo hice por liberar a Ascalon de su maldición, pero esa excusa no duró mucho. Quería a Sohothin porque era mía. Porque me la gané. O al menos... porque pagué por ella.

Cuando el desconocido... Cuando Balthazar... vio cómo la miraba, ¿se dio cuenta de cómo me vería a mí mismo si no la tuviera?

Después de que le liberara, se dirigió a Elona. Mató a Vlast. Asesinó al comandante. Llegó a un acuerdo con Joko. Casi destruye el mundo.

Todo porque yo quería recuperar esa espada.

Fue culpa mía.

Y soy tan impotente ahora como lo era entonces. No pude evitar que Logan se marchara. No pude salvar a Snaff. No pude salvar a Filo del Destino, ni a Vlast... ni a Aurene.

Si me quitas a Sohothin... ¿qué soy? ¿Quién es Rytlock Brimstone sin su legendaria espada flamígera? ¿Seguiría siendo tribuno? ¿Seguiría siendo conocido en las Altas Legiones?

¿Si muriera y otra persona reclamara la espada, lo haría mejor?

Busqué por las ruinas de la Torre del Trueno. Miré al comandante. A Caithe. A Taimi. A Braham.

A mis aliados. A mis amigos. A mi familia.

Pero había más. Un pensamiento que se ocultaba con temor en mi cabeza.

Los cachorros que nunca veo.

Los mandé al fahrar hace años. Eso es lo que hacemos.

Se supone que yo no he de formar parte de sus vidas, pero eso siempre me pareció... mal. Mis padres me abandonaron para que luchara. La única manera en la que un renacuajo puede sobrevivir en el fahrar es luchando sus propias batallas con uñas y dientes.

Pero aun así... Me pongo en contacto con ellos de vez en cuando. Solo para ver cómo les va. Para asegurarme de que no se meten en líos... y de que nadie se los causa.

No les volveré a ver nunca. Mirarán al cielo cuando la Niebla desaparezca y todo termine. ¿Su escuadra estará allí para ayudarles? Algunos son demasiado jóvenes. Ni siquiera han salido del fahrar. Morirán sin conocer la camaradería de una escuadra.

O de una familia.

Y el mayor. Mi primogénito. ¿Pensaría en mí siquiera cuando el mundo se viniera abajo?

Entonces fue cuando se me saltaron las lágrimas. Por fin.

Me di cuenta de por qué lloraba Caithe. Por qué lloraba el comandante. Para ellos, Aurene era más que una dragona.

Era su hija.

Hace once años, estaba en el Desierto de Cristal y me di cuenta de lo impotente que era. Incluso con Sohothin, todo se vino abajo. Kralkatorrik escapó. Mis amigos o habían muerto o me habían abandonado.

Mis superiores lo llamaron pérdidas aceptables.

Toda mi vida me habían dicho que mi escuadra era mi familia y que las Altas Legiones eran absolutas. Todo lo que hacía, cada victoria que ganaba, era para ellos. Todo lo demás que tuve que sacrificar eran pérdidas aceptables.

Pero no eran aceptables. No cuando seguía perdiendo a la gente que me importaba. A mis camaradas. A mis amigos.

A mis cachorros.

No permitiría que sucediera de nuevo. Al infierno con las Altas Legiones. Que ardan todos allí.

Apenas conozco a mis cachorros, pero si Kralkatorrik amenazara aunque fuera a uno de ellos... renunciaría a mi espada al instante.

Me lanzaría enfrente de ellos.

Moriría por ellos.

Sí, supongo que ya lo entiendo.

"¿Rytlock?" Logan. Su voz me devuelve al presente. "Te había visto dando vueltas por aquí".

Y así era. Por toda la Torre del Trueno. Ahora me había sentado en una estructura de piedra, lejos de los demás, escondiéndome en las sombras. Pensé que no sería fácil verme. Supongo que me equivocaba.

"Solo estoy pensando."

"Claro." Por el rabillo del ojo, vi cómo Logan me tendía algo. "Te dejaste esto junto a... cerca de Aurene."

Es Sohothin. No recuerdo haberla dejado en ninguna parte, así que me giro para verla. Para ver a Logan, mientras trato de pensar en qué decir.

Nada me viene a la mente hasta que deja la espada apoyada en la pared y se gira para marcharse.

"Logan, yo…"

Logan se detiene, "¿Sí?".

Él me espera. Es paciente, lo reconozco. No sé cuánto tiempo se ha quedado ahí, como si esto fuera una especie de asedio. Aunque uno amistoso. Miro la espada.

"No la necesitaba".

Otro silencio. Uno más largo. "Venga", dice finalmente. "Vamos a ver a los demás. Nos necesitan".

Después de todo lo ocurrido, ¿cómo iba a discutir eso?

Empiezo a marcharme, pero de pronto, la mano de Logan se posa sobre mi hombro. "Rytlock. Tu espada".

Era algo más que una espada, eso sí que lo sé. Decidí hace mucho tiempo que Sohothin era más importante que Cre, a quien abandoné. Había decidido que era más importante tener a Sohothin que a mi familia a mi lado.

Pero podría matar a todo maldito ser viviente en este mundo. Podría dirigir las cuatro legiones como el siguiente Khan-Ur y aun así nunca sería feliz. Nunca merecería la pena.

No podría arreglar el mundo. Ni siquiera puedo arreglarme a mí mismo.

Así que sigo caminando. "No la necesito". Repetí. "Es solo una espada. Seguirá ahí cuando vuelva".

Logan parece tener sospechas. "¿Estás seguro?"

Incluso con Sohothin, jamás seré lo bastante fuerte.

Pero tampoco es que sea impotente. No mientras les tenga a ellos. A mi escuadra. A mi familia.

No mientras todavía pueda seguir luchando por ellos.

"Sí. Todo irá bien".

Réquiem de Rytlock 2.jpg

Curiosidades[editar]

  • En la página de lanzamiento, los tres relatos Todo o nada: Réquiem se han formateado utilizando el programa de código abierto Twine.
  • La historia está ilustrada por el socio creativo de ArenaNet, Jerome Jacinto.